jueves, 27 de mayo de 2010

La inmobiliaria



Yo trabajaba en una inmobiliaria. Mi trabajo consistía en el mantenimiento de los pisos. Cuando había mucho trabajo, también me asignaban unas zonas concretas de la ciudad, donde tenía que enseñar los pisos a los posibles clientes. Normalmente, eran parejas que iban a casarse pronto o gente que buscaba una segunda vivienda. De vez en cuando también venían padres que querían comprar una casa a sus hijos, pero no era habitual que una chica joven como tú buscara un piso.


Era principio de verano cuando mi jefe me asignó la tarea de mostrarte cinco viviendas. Eran apartamentos pequeños, distribuidos en la zona donde trabajaba yo, muy cerca del mar. Había quedado contigo en la puerta de la primera vivienda, llegué cinco minutos tarde.

* Hola, creo que me estás esperando, lo siento, he perdido el metro y me he retrasado.


* Tranquilo, acabo de llegar. Todavía no conozco la ciudad por lo que no he podido ser puntual, con lo que soy yo.


* Tranquila, enseguida te moverás como pez en el agua.



Accedimos al portal, dejé pasarte primero, y no pude evitar fijarme en tu vestido. Un vestido ajustado, azul, de verano, que dejaba marcar tus curvas perfectamente. Incluso pude divisar la marca de tu tanga.

Subimos en el ascensor, hacía calor y te abanicabas. Me mirabas de vez en cuando, yo llevaba ropa sencilla: unos vaqueros oscuros y una camiseta blanca, algo cómo para trabajar.

Me contabas que habías encontrado un nuevo trabajo, que escapabas de tu ciudad, de una relación tormentosa. Yo te decía que habías llegado en la mejor época, que pronto olvidarías todos los problemas.

El piso era pequeño, con ventanas, pero con poca luz por lo que enseguida dijiste que no era lo que buscabas.

- Necesito algo más luminoso, algo con más ventanas, que el viento corra por la casa, que el sol entre y caliente la casa. Tienes algo así?

- Creo que se lo que buscas, vamos, tenemos una casa dos manzanas al sur.

En el camino a la nueva vivienda, estuvimos charlando sobre nuestras vidas, nuestros trabajos, planes de futuro, etc. Nos hicimos amigos pronto. Antes de subir a casa, me dijiste que tenías sed y te apetecía tomar algo.

Había un bar junto al portal, y fuimos a tomar algo. Yo no tenía prisa en volver a la oficina, seguro que habría alguna casa que limpiar.

Tras tomar algo, subimos en el ascensor. La casa estaba en un séptimo piso. El ascensor era muy pequeño, solo para tres personas. Al entrar, una señora mayor nos pidió pasó. Dijo que salía en el quinto, así que se colocó junto a la puerta. Yo estaba pegado al espejo, y tu, estabas justo delante de mí. Intentaba evitar tocarte, pero era imposible que mi cintura tocase tu trasero. Hacía calor, y el ambiente subía de tono mientras la señora trataba de dar conversación sin obtener ninguna respuesta por nuestra parte. Sentí que tu cintura se movía. Al principio intenté apartarme, pero estaba atrapado y no podía moverme. Sentí que una leve erección estaba a punto de comenzar hasta que de repente el ascensor se detuvo y la señora se despidió con un gesto amable. Te apartaste y empezaste a reír: “pensaba q no callaba, por dios. Y que calor hace aquí….”

-Sabes, la copa que nos hemos bebido me ha subido un poco. Esto de beber sin comer y por las mañanas, me da una tontera.

* Sí, a mi me pasa lo mismo, además con este calor mañanero…



Estábamos muy juntos cuando abrí la puerta de casa. Nos rozábamos, buscábamos formas de tocarnos, de rozarnos.

-. Mira ven, te enseño la terraza, hay que pasar por la cocina para llegar a ella.

- Que bien, me encanta, además entra el sol

Mi cuerpo estaba invadido por el deseo de agarrarte, colocarte contra la pared y besarte y acariciarte. Al tenerte tan cerca, mi cuerpo casi se agitaba. Al salir de la terraza, en la puerta, nos rozamos, nuestras manos se acariciaron. Una vez en la cocina, no pude controlar mis impulsos y te coloqué contra la encimera de espaldas a mí. Mis manos acariciaban tu cuerpo mientras mordía tu cuello, te agarré de la cintura, te dí la vuelta mientras nos besábamos. Nuestras lenguas se abrazaban, se mordían.

Nos morreábamos con ansiedad mientras tus manos quitaban mi camiseta, dejando mi torso al descubierto. Mis manos agarraron tu cintura, colocándote sobre la encimera. Te coloqué justo al borde, para que mi cintura pudiera rozar la tuya. Mis manos desataron tu vestido por la parte de arriba, para que tus pechos quedaran libres.

Seguíamos besándonos, con pasión, con un punto de ansiedad. Nuestras lenguas, labios y bocas se buscaban mientras mis manos acariciaban tus brazos, tus hombros, tu cuello, tus pechos. Masajeaba tus pechos, suavemente, con delicadeza, para después pellizcar tus pezones.

Mi lengua empezó a recorrer tu cuello. Lamiéndolo entero, mientras estirabas tu cuerpo hacia atrás y colocabas tu espalda en uno de los armarios. Gemías suavemente. Mis dedos seguían jugando con tus pezones cuando llegó mi lengua. Estuve un rato pellizcándotelos mientras te los lamía. Pero después, mi lengua se quedó sola. Mis manos acariciaban tus piernas, mientras mi lengua lamía tus pezones, los mordisqueaba suavemente con mis dientes. Los metía, mordía y soltaba para después lamerlos con mi lengua.

Mientras tanto, mis manos subieron por tus piernas, hasta agarrar tu tanga y quitártelo. Mis dedos acariciaban tu clítoris, suavemente, solo rozándolo. Mientras mis dientes acababan de mordisquear tus pezones para deslizarse por tu cuerpo. Mi lengua llegó hasta tu ombligo, después hasta tu cintura. El vestido hizo q mi lengua se apartara y se dirigiera hasta tus muslos. Los lamí, suavemente, sin dejar que mis dedos rozaran tu clítoris. Mi lengua siguió avanzando hasta llegar a tus labios.

Los agarré con mis dientes, muy suavemente para no causarte ningún daño. Los metí en mi boca y los chupé. Los solté, y mi lengua se dirigió hasta tu clítoris. Lo froté y deslicé mi lengua por él una y otra vez. Mordisqueándolo suavemente. Después, se deslizó hasta tus labios, introduciéndose entre ellos, jugando hasta penetrar dentro de ti.

Tus gemidos eran cada vez más intensos. Tus manos jugaban con mi pelo. Empujaban mi cabeza hacia ti, presionabas como si fueras a meterla dentro de ti. Mientras tanto, mis manos acariciaban tus piernas, las masajeaba. Mi lengua seguía su camino por tu interior, lamiendo las paredes húmedas, saboreando tus flujos. Deslizándose entre tus labios, saliendo y entrando. Mordisqueándolas.

Hiciste que me levantara y en un pequeño brinco, te colocaste de pie frente a mí. Me besaste, empezaste a lamer mi pecho. Mordisqueabas mis pezones, mientras soltabas con ansiedad mi pantalón. Me desnudaste enseguida. Viste que mi pene estaba muy erecto, parecía una roca que salía de mi cuerpo. Te agachaste. Sin mediar palabra la introdujiste en tu boca de un golpe. Me mirabas a los ojos, mientras la chupabas, primero la punta, mordisqueándola suavemente. Y después te la introducías hasta dentro. Jugando en el interior con tu lengua.

Agarrabas mis huevos y los masajeabas sin dejar de mirarme a los ojos en ningún momento. Empecé a gemir, mientras te miraba fijamente. Sacaste mi pene de tu boca y dijiste:

- Fóllame


Te levantaste. Te agarré de las piernas, las abrí. Te subí a la encimera y te penetré hasta el fondo. Nuestros cuerpos se unieron sin problemas, mi pene penetró en ti deslizándose por tus paredes húmedas. Y estuvimos follando encima de la encimera, mientras nos besábamos, mordisqueábamos, lamía tus pechos.

Después, te coloqué de espaldas a mí contra la encimera, de pie. Abrí tus piernas y penetré agarrando tus pechos, pellizcando tus pezones. Volví a darte la vuelta, quería mirarte mientras follábamos. Me dijiste que no me corriese dentro de ti, que querrías que me corriera en tu boca, y que lo hiciese cuando quisiera porque tu ya lo habías hecho varias veces.

Eso me puso tan cachondo, que no pude evitar sentir que mis huevos se agitaran a punto de explotar.

Me levanté, empezaste a comérmela y me corrí por tu boca y tus pechos.

Nos abrazamos y estuvimos charlando un rato, riéndonos.

Ya cuando después de vestirnos fuimos a despedirnos en el portal, me dijiste:

- Creo que todavía no me he decidido. Buscaré un hueco en mi agenda para que sigas mostrándome apartamentos.

Y con un beso, nos despedimos.


Gracias J por tu "Regalo"

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Este relato está también en mi otro blog Tu amante infiel . Aqui es el lugar donde debería haberlo publicado en su día, por que no es un regalito.
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